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La historia de la Paca Saravia narra el conmovedor itinerario de una mujer que lucha por hacer realidad sus sueños.
“Ser humano y mujer, ni más ni menos”, dice uno de los versos de Ida Vitale que abren Lo que trae el tiempo, junto a otros de Francisca Aguirre que advierten de “la riqueza que se oculta en la pérdida”. Ambas sentencias definen bien el poderoso carácter y el esforzado y admirable itinerario de la protagonista de esta novela, que se hace llamar la Paca Saravia y es descrita por Liliana González Gugelmeier en el recorrido que la lleva desde un pequeño pueblo de Uruguay, Colonia Suiza, hasta la capital del país, Montevideo, siendo apenas una muchacha, así como en las evoluciones posteriores de una mujer que nunca deja de luchar por hacer realidad sus sueños. Narrada en tercera persona y con un estilo entre realista e intimista que nos va descubriendo los conmovedores anhelos de la Paca y sus decisiones alejadas de los cánones de la época, la novela retrata también un tiempo histórico, incluyendo los difíciles años de la dictadura, pero se centra en una vida cada vez más consciente de la que participan otros personajes que brillan con luz propia y nos ayudan a entender las etapas, las renuncias, los sacrificios y también las alegrías, a veces escasas pero enriquecedoras. A través de ella, la autora ofrece reflexiones sobre los caminos que se deben o no tomar, sobre el futuro siempre incierto, sobre los seres queridos, sobre las pérdidas y cómo afrontarlas, sobre los hallazgos personales y el largo camino del perdón.
El largo combate de una hija por escapar del control y la influencia de un padre que no es tan bueno como parece.
Narrada por la protagonista desde el presente, pero articulada sobre la base de sus recuerdos de infancia, adolescencia, juventud y madurez, Clavarse las uñas cuenta la historia de la traumática relación de una hija con su padre, al comienzo de modo fragmentario, como corresponde a la memoria de la niña que fue, y después de una forma más consciente y elaborada. Desde la infancia, la narradora ha sentido terror hacia la figura de un hombre que no convive con ella pero al que ve con regularidad, un “hombre muy bueno”, como lo califica reiteradamente su madre, al que se supone que debe estar agradecida, por tratarse de una persona culta, atractiva y adinerada que la colma de regalos y presuntas atenciones. Con palabras que sugieren más de lo que dicen, Lucía Rodríguez describe el íntimo malestar de la hija y su evolución en el tiempo, los modos de conjurar una presencia que le angustia profundamente, el recurso a la mentira como estrategia de protección, la aparición de otro referente masculino que actúa como contrapunto y el aislamiento progresivo de su propia familia. La búsqueda de aire libre, de un entorno no opresivo donde pueda escapar del control y la influencia paterna, atraviesa varias etapas en las que la narradora pelea por emanciparse definitivamente, para cerrar una herida que condiciona su existencia como un fardo que no deja de acompañarla.
El autor reconstruye todo un periodo a partir de testimonios gráficos y orales que muestran la vida cotidiana de la emigración andaluza.
Durante los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado cientos de miles de andaluces dejaron sus hogares para buscar un futuro mejor en diversos países europeos. Alemania, Bélgica, Francia y Suiza fueron los principales destinos de un éxodo masivo de trabajadores que adquirió tal magnitud –por las cifras de emigrados y por su significación económica, social y cultural– que ha sido calificado como el “fenómeno de la emigración española”. Las fotografías que ilustran el periplo migratorio de los trabajadores andaluces no son únicamente un recuerdo en el álbum familiar, sino que configuran un relato, una narración colectiva, y se constituyen como un documento histórico fundamental para revisar aquella etapa. Son un ejemplo de que “lo más íntimo es lo más universal”, como afirma la escritora Annie Ernaux. Raíles y maletas no ofrece un estudio basado en informes y datos estadísticos, sino la reconstrucción del periodo a partir de los testimonios gráficos y orales de los propios protagonistas, contextualizados por el autor de un modo que los hace significativos. A medio camino entre el ensayo y la narrativa, el trabajo de Rafael Jurado huye del academicismo sin renunciar al rigor, optando por la innovación literaria y por un discurso ameno, revelador y apto para todos los públicos.